julio 01, 2010

Miguel Ildefonso


CON LA SED DEL ENSUEÑO

Malcom Lowry lleva a Tristan Tzara por las calles
de Lima. Son las 4 y 45 am. Y la urbe y su halo y su vanidad
y su azulina nada, todo está oscuro sin ninguna estrella;
sólo unas putas andan por ahí, y entre ellas la estatua de Villon.
Ambos están borrachos, vienen de La Cantuta,
de lejos parecen dos muchachitos que se pasaron de tragos
en una celebración, la despedida de Víctor; pero no,
sólo son dos viejos alcohólicos consumados
sabiendo lo que hacen con sus vidas.
Un desamparo huele a tiniebla, a cansancio, a orina.
Hay, por eso, una realidad diferente dentro de la poesía.
Cuerpos tendidos de mendigos y orates,
visones de París de Baudelaire, de Lorca en Nueva York,
de Blake en la avenida Wilson:
hay un niño con una cuchara de palo echando terokal
en una bolsa de plástico,
terokal amarillo como la Flor de Retama,
es mejor que la Navidad, dicen, con su mirada al Paraíso de Dante.
Las putas gordas fuman en sus esquinas unas líneas de Shakespeare,
siempre está de moda. Esperan a que llegue el barco
con los marineros de Pablo. Mientras tanto
un anarquista es torturado en el subsuelo,
un poeta es torturado en el subsuelo,
un rockero es torturado en el subsuelo.
Cuando amanezca, Malcom y Tristan caminarán hacia sus tumbas,
apenas recordarán unos espectros fragmentados cuando con miedo
y desamparados cada uno se acueste en su lecho amarillo.
El mar de Conrad se cubre de estaño, neblina triste de La Victoria,
y allí firma Luis H. Camarero con su primariosa letra
la Vox Horrísona del tren que pronto llegará.
Yukio Mishima, aparece con su espada de oro,
sale del pabellón de hojalata; las putas le dicen bye, ya amaneció,
sube al bus que lo lleva de regreso.
En el último asiento junto a la ventana va leyendo
El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo.
En una mesa de quirófano el Arte puso un paraguas
cuando Walter Benjamín escapaba por el Norte de Francia.
El Arte, empero, se ensimismó en su lenguaje.
Un sepuku abrió la puerta del Paraíso Zen.
Allá estaban los Andes, o sea el hielo donde cantaba
José María con la misma chica ayacuchana
cantando en todas las esquinas del mundo.
Con los audífonos en los oídos, Yukio se queda dormido
abierto su libro de la edición de Seix Barral, sólo para explicar
de este modo que es verdad que el Boom pasó hace tiempo de moda,
sólo para contar que una voz más profunda desde su sangre
estaba cantando:
Vengan todos a ver en la plazuela de Huanta,
amarillito Flor de Retama,
amarillito, amarilleando, Flor de Retama.
Donde la sangre del pueblo ahí se derrama,
allí mismo florece,
amarillito Flor de Retama,
amarillito amarillanto, Flor de Retama.
La sangre del pueblo tiene rico perfume,
huele a jazmín y violetas, geranio y margaritas,
a pólvora y dinamita, carajo,
a pólvora y dinamita, fuck you,
a pólvora y dinamita.

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