diciembre 07, 2010

Poema 1

Volvimos a vernos como colgajos

destazados reunidos por Dante,

el viejo amigo ebrio que conociste en Tacora.

La noche había sido una risotada dura,

estridente.

Las novedades eran como sangre salada,

mamá viva,

sentada, afanosa sobre una piedra,

Beatrice floreciendo en el invierno de Vermont,

jodida y frágil por la necesidad.

Yo te conté que vivía en un huerto desprovisto de flores

que mi ascetismo rayaba lo celestial.

¿De quién te ocultas? dijiste.

Dante aún no llegaba,

pero el sol iba descorriendo las vitrinas,

la ciudad que odiábamos iba abriendo sus fauces;

me contaste que si en Lima nevara nos anegaríamos en un fango viscoso,

que la nieve deja manchas azules en los brazos,

que uno va descubriendo cómo,

poco a poco la soledad nos va convirtiendo en una estatua de sal,

y cuando menos lo esperas terminas en un laberinto lejano añorando los excesos,

la aspereza de los barrancos y a Dante el viejo que nunca llega.

Las imágenes se iban derritiendo con el sol incipiente.

Yo volví a mi soledad.

2 comentarios:

hamdal dijo...

¿el nombre de Dante es una alegoría también? si es así cae preciso

grupo diegesis dijo...

claro, beatriz, dante,