junio 16, 2009

Ventana

Dejó, dejó todo y nada, se llevó su país de ropa y me dejó un silo en el cajón.
Cajón que no quiere guardar más, cajón que se quedó en nuestra ciudad basura.
Basura que queda en el dormitorio y carnaval de moscas sobre mi cabeza.
Cabeza que explotó sobre la camisa de aquel que me cortó los ojos con las uñas.
Uñas. Sus uñas de color rojo bermellón mirándome y alejándose,
Envenenándome y yo vuelvo a morir en su ausencia universal.
Espaciado sobre el filo de la cama,
otra vez mi comentario inoportuno.
Ahora es su cama, su cama, sus admiradores, yo desnudo.
Desnudo como los animales que mueren de frio, frio que asesina niños,
niños que mueren sin ver el mar.
Mar que pregunta cosas, mar que no responde nada, y nada vuela hacia aquí.
Aquí y allá o allá y mas allá, no importa sólo las palabras en las manos que sudan y se calientan porque saben que pronto serán cortadas, atadas y sepultadas.

El humo naciente del altísimo que llora por nosotros, porque no estamos en su lista. Su lista la creamos nosotros y se acabó la tinta. Se acabó algo, no sé qué, algo que todos buscan y que creen encontrar, tal vez si, tal vez no, tal vez también debería ir a la misma banca de los mismos parques que todos poetizan y glorifican diseñando el preámbulo para luego dejar todo en una cama de hotel al final de la calle.

Y la calle te golpeó amigo mío. La calle nos aisló. La calle nos alimentó.
Alimentó a los hijos de puta que te ofrecen una vida mejor en un gramo por día. Alimentó sus risas y alimentó el llanto de aquellos que cada 1 de noviembre tienen una cita con las paredes blancas llenas de gusanos.

Gusanos que nos comimos cuando no había más alegría. Gusanos y unicornios que vivían juntos.
Juntos, juntos, muy juntos, en distintas ciudades.

Ciudades de calles drama, aires pesados, aires pequeños que es lo que seremos.

Seremos y viviremos como antes, como mañana.
Inmersos en la niebla saltando de una ventana.

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