septiembre 11, 2008

INHUMACION

Vi pasar la realidad saludando sobre carros alegóricos, con sonrisas abiertas mostrando blancos dientes y volví a un cuarto vacio sin voces ni ecos, saludé a la puerta y la radio cantó por varias horas, raudas imágenes se dibujaron en el techo proyectándose desde mis ojos, y la luna se dibujó en ese techo y todos los ojos se abrieron.
Pero aún estoy solo y en mi cuarto se dibuja un mundo, todo lo que vi y quise ver bailar en los recodos de este espacio, el mundo abriendo huecos desde donde intento observar lo más profundo, intentar raspar el velo de la mirada y reconocer el olor de lo que se esconde, pero pretendo refugiarme en un mundo alterno donde la felicidad falaz de los dientes refulgentes, no reflejen su mentira a mis ojos, y ver el fondo de lo blanco en la mirada no sea imposible.
Caminar, caminar, caminar…
De la nada aparente se abrió una puerta, de ahí otra y otra, así estuve vagando por una eternidad de cuartos, cada uno con un color, un ambiente y una canción distinta que me obligó a quedarme en cada cuarto hasta aprender cada letra, cada acorde y la eternidad se hizo imperceptible y un nuevo aroma embriagó mis sentidos.
Y de repente me levanté de mi cama.
Sentí un peso en mi cabeza, ese peso hizo que al pararme me cayera violentamente al piso, mucha sangre emanando de una herida enorme en mi frente, todo se puso rojo y era imposible levantarme, no podía gritar, pedir ayuda, y la sangre, la hemorragia fatal, el frío, mis ojos encharcados de lágrimas y sangre, cada vez el dolor se aplacaba hasta que todo se hizo enorme y me vi tirado en el piso, en medio de un enorme charco de sangre, me senté a observarme ocupando y manchando el piso, viendo la sangre secarse, un gran cuadro se dibujó en mi cabeza, caminé alrededor de mi cuarto sintiendo el aroma de la sangre y de la frialdad de mi cuerpo mezclándose con el cemento.
Varios días pasaron y memoricé cada espacio de mi cuerpo, hasta que rompieron la puerta y se llevaron mi cuerpo, los seguía gritando, pidiéndoles que por favor no me traten mal, que me podían hacer daño, los seguí hasta un cuarto frío donde me echaron en una cama y me senté a observar la mueca de asombro dibujada en mi rostro.
Llegaron de nuevo, me limpiaron, mientras revoloteaba a su alrededor, ellos vistiéndome, y finalmente comprendí que estaba muerto y que me iban a enterrar, les pedí que cantaran algo, pero no me escuchaban, no me escuchaban mientras me metían a una caja de madera empecé a cantar, con toda la fuerza de mi voz y bailé, bailé mucho, mientras me llevaban a un cementerio y lloraban, yo seguía cantando y bailando, no lloren no lloren les gritaba; metieron mi ataúd a un hueco y mientras echaban la tierra yo me arrancaba cabellos y los echaba sobre el ataúd, cuando acabaron me quedé sentado en el pasto y seguí cantando pero cada vez más triste, comprendí que me había quedado solo, solo de nuevo, ya no quise llorar.
Y violentamente me desperté.

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